viernes, 11 de mayo de 2018

Libro 2 - Memorias



Recuerdo...

Mucho tiempo ha pasado pero de a poco recuerdo.



Desfallecía de hambre y de frío. El invierno clavaba sus garras en mis huesos con más profundidad a medida que avanzaba. Caminaba sin rumbo fijo, débil, intentando no resbalar con la primera capa de nieve. Temía que ese fuera el último día de mi vida y lo sería, si llegaban a aparecer los lobos. Hacía un tiempo ya que escuchaba sus aullidos durante los crepúsculos, enviándose el mensaje de una presa fácil en las cercanías: yo.

Ni siquiera veía al cuervo volando incansable a mi alrededor. Supuse que había muerto de hambre o, lo más probable, que había vuelto con su amo para contarle el fracaso de mi misión. Yo sabía que la mente de ese pájaro actuaba como una especie de transmisor, recibía imágenes de la mía y de alguna forma se las comunicaba a su todopoderoso dueño. Nunca supe bien cómo lograba hacerlo esa cabeza de chorlito, la del ave me refiero. En ese momento sólo pensaba en ponerle las manos encima a aquel demonio emplumado, asarlo lentamente y comérmelo. Aunque a decir verdad, había sido mi única compañía en meses, incluso me había salvado de unos asaltantes de caminos arrancándoles los ojos. No, no sería del todo justo con él, sólo lo desplumaría.

Una mañana, uno días antes, me despertó un sonido que no correspondía con los usuales del bosque; no eran los bulliciosos pájaros sino metales que chocaban. Por el chirrido y la vibración de los golpes deduje que eran espadas y mandobles pesados. Y había más de dos, cinco por lo menos. Me asomé detrás de la mata que había usado de cobijo y entonces los vi: cuatro hombres luchando contra uno. El infeliz no era un hombre o mejor dicho, no pertenecía a la raza humana. Se parecía bastante a los elfos de mis tierras, pero éste era más alto y más, por decirlo de una manera, regio. Peleaba bien pero corría con desventaja. Yo no tenía la menor idea de lo que estaba pasando pero esa situación no me parecía justa, por lo que contra mi buen criterio decidí acudir en su ayuda.

Si no hubiera sido por lo peligroso de la situación me hubiera reído ante la cara de sorpresa de los asaltantes y hasta del atacado, al ver a un desconocido salir de la nada. Le dije que estaba para ayudarlo y luego de una rápida inclinación de cabeza que tomé como aceptación, comenzamos a pelear codo a codo. Sin embargo, mi fortuito compañero agotaba sus fuerzas y yo estaba peor, puede ya comencé débil. No duramos mucho. Un golpe en la cabeza me arrojó al suelo y mientras mi visión se nublaba hasta desaparecer, pude ver cómo algunos se llevaban maniatado al malherido elfo y otros se ocupaban de revisar mis cosas. Malditos aprovechadores.

Me despertaron al rato dolores variados en muchas partes de mi cuerpo. Revisé mis cosas. Los asaltantes no habían logrado robar todas mis pertenencias pero me habían dejado magullones y una considerable herida en la pierna que pude tratar con ayuda de ciertas plantas. Dolía como los mil demonios y a veces se abría. Era difícil tener que vendarla y limpiarla en las condiciones lamentables en las que me encontraba, pero no tenía otra opción si quería evitar que se infectara.


A esa altura ya no me importaba lo que había venido a buscar a este mundo. Sólo quería curarme, comer y calentarme. Pensé en orar a los dioses pero luego recordé que algunos de ellos eran mis parientes y supe que estarían demasiado ocupados para responderme. No me atreví a pedir ayuda al dios de mi padre, no lo conocía lo suficiente como para saber si acudiría.


La escarcha cubría el suelo, mis ropas, mi rostro y mi barba. Mis manos, a pesar de los burdos guantes que me había confeccionado, estaban ateridas por el frío. Seguí caminando, eso al menos mantenía mi sangre en circulación. Cuando la noche estuvo próxima, me detuve para buscar cobijo en unas viejas ruinas. El bosque era más tupido en esa parte y al menos no me llegaba el viento gélido. Dormité al reparo de esas derruidas paredes, sobre el suelo de hierba y piedra. El hambre y la herida pulsante no me dejaron descansar mucho tiempo. Si no encontraba comida, pronto dejaría de preocuparme por la duda que toda la vida me persiguió: cuán larga sería mi vida. Por lo menos, si seguía así, no mucho más. A pesar de mis muchos siglos, no moriría marchito; y esa era otra inquietud que me venía perturbando en los últimos tiempos. Si moría en ese instante evitaría la decrepitud. Esa opción me atraía. Aún cuando algunos signos de la vejez ya estaban apareciendo, todavía me mantenía en forma y así prefería que me encontrara la muerte. Pero nadie puede contra la ironía del tiempo.

Poco tiempo después dejé el bosque y los lobos atrás. Caminé y caminé. El paisaje se tornó más árido y el aire se cargó de salitre. A lo lejos podía escuchar el ruido del mar. Al frío se le agregaba la humedad de la costa, más jodido no podía estar si me pillaba una pulmonía.

A punto estaba de abandonarlo todo cuando, como si la plegaria que nunca dije hubiera sido respondida, me encontré frente a una muralla de piedra inmensa, interminable. Pensé en rodearla, convencido de que eran las ruinas de algún castillo antiguo, de la época de los sajones o los normandos. De todos modos preferí atravesarla con la esperanza de encontrar a alguien del otro lado que me diera comida. Salvo por los asaltantes, no había visto un ser humano en mucho tiempo. ¿Qué habrá sido de aquel pobre elfo? ¿Lo habrán matado? ¿Quizás vendido como esclavo? Nuestro encuentro había sido muy breve, pero puedo asegurar que él hubiera preferido lo primero.

Pegado al frío muro de piedra, lo seguí por un largo rato hasta que al fin encontré la entrada. El rastrillo estaba levantado y me encaminé a cruzar el corto puente sobre el foso.

Me detuve, sorprendido.

Intenté convencerme de que lo que estaba viendo era producto del hambre y la debilidad, pues no encontraba otra explicación. En el otro extremo del puente, hacia el interior, había un ser enorme, una mole con una armadura que jamás había visto antes en este mundo, ni en ninguno de los otros ocho. Me daba la espalda, parecía atento a algo que estaba ocurriendo en algún lado y que yo no llegaba a ver desde mi posición. De todas formas temí acercarme. Si era un guardia, seguro habría otros cerca pero eso también indicaba que el castillo estaba habitado y si era así, quizás podría colarme y pedir algo de comida. A esa altura ya no me importaba mendigar.


Mientras pensaba cómo distraerlo, otra vez la suerte fue piadosa y puso la solución frente a mí. Un hombre corría desesperado en nuestra dirección arremetiendo contra el gigante como un jugador de rugby intentando derribarlo, lo cual, por supuesto, no logró. Cayó desmayado por el golpe y pronto lo rodearon más guardias que llegaron al lugar tan rápido que posiblemente se materializaron allí mismo. Aun con extrañas y muy elaboradas armaduras, eran diferentes a quien cuidaba la puerta. Ese era quien había despertado mi curiosidad, pues me recordaba a los trolls de mis tierras. La misma piel amarillenta, la contextura maciza y los cabellos ralos. Sin embargo, era de menor altura y sus rasgos eran más humanos, ¿qué era? No tenía respuesta. Aprovechando la batahola, me deslicé al interior del castillo con la espalda pegada al frío muro de piedra y argamasa. Vi cómo se llevaban al desafortunado fugitivo arrastrándolo sin consideración alguna. Observé el castillo con más detenimiento, no estaba en ruinas como había esperado, sino en todo su esplendor. No era un lugar común en el mundo humano, podía sentir la magia que lo sostenía. Y no me gustaba nada.

Dos guardias me vieron y corrieron hacia mí. Consideré mis vías de escape: ninguna. Estaba atrapado. Me encontraba en el patio interior de una fortaleza rodeada por una muralla y con varios hombres armados y listos para llevarme a mí también. De haber estado en plena forma hubiera podido con todos ellos. Pero no lo estaba. Aún así, me dispuse a darles pelea. Una idiotez de mi parte pues en las condiciones en las que me encontraba, perdí el sentido al primer golpe.

Lo primero que noté antes de abrir los ojos fueron mis manos atadas a mi espalda. Me dolía todo el cuerpo, no sabía si por la posición o porque esos hijos de puta me habían dado una paliza. Confiaba en que no, o se las verían conmigo una vez que saliera de allí; o podría llamar a alguno de mis tíos, sí... eso haría, más tarde, cuando recuperara mis fuerza. Y mi sensatez.

Los párpados me pasaban. Mi cabeza dio vueltas violentamente antes de enfocar la vista. Una náusea me invadió. La controlé, después de todo no tenía nada que largar. Entonces vi con claridad el rostro que tenía enfrente. No era lo que me esperaba: algún psicópata listo para torturarme. No. Lo primero que vi fueron dos pechos que casi salían del escote, en otra situación los hubiera dejado escapar para mi deleite. Pero había algo más que llamó mi atención. Un medallón que pendía entre ellos. La piedra engarzada en él me resultó familiar, emitía una pulsante luz verde. Una mano en mi mentón me obligó a levantar la vista. Entonces vi el bello rostro de una mujer. Sus ojos, a pocos centímetros de los míos, no eran más tranquilizadores que la imagen mental del torturador. Brillaban de una forma antinatural, con un color violeta que parecía destellar de furia. Un miedo irracional se apoderó de mí pues supe que quien tenía delante era poderoso.

—En este castillo los intrusos no sois tolerados. —dijo con voz grave y amenazante—. Podéis pedir hospitalidad, por supuesto, pero traspasar furtivamente nuestros muros no es señal de buenos modales.

—¿Hospitalidad? Ya he visto lo bien que tratan a la gente aquí que quieren huir a toda costa.

Me daba el lujo de ser sarcástico aún cuando mi cabeza estaba en juego. A veces no puedo conmigo mismo.

—Oh... eso. —Hizo un gesto despectivo con la mano—. Un pobre loco, también forastero, que no puede estar suelto. Olvidadlo. Me ocuparé de él una vez que termine con vos, no poseo mucho tiempo, por lo que deberemos ir al grano. ¿Quién sois y qué habéis venido a hacer aquí?

Sentía la fuerza de su mirada, estaba hurgando mi mente e intenté oponerme a esa intrusión. Ella notó mi resistencia pero también mi debilidad. La presión en mi cerebro disminuyó a medida que hablaba con una irritante condescendencia.

—Estáis débil, puedo notarlo. Eso hará las cosas más fáciles para los dos; una vez que me digáis qué queréis aquí, os alimentaré.

Me mostró un trozo de pata de algún animal. Creo que mi saliva comenzó a caer cuando el aroma de esa carne cocida y jugosa llegó a mi nariz. Hubiera matado por hincarle el diente. Pero yo era fuerte, o eso creí. No podía hablarle de lo que estaba buscando y no estaba en condiciones de elaborar una estrategia para sacarle información. Mi prioridad era pensar rápido alguna historia para que esa mujer perturbadora se alejara y, por sobre todo, para comer.

Le dije algo acerca de comerciantes y asaltantes de caminos; que me había perdido y alguna mentira más que, por supuesto, no creyó. Estaba a punto de derrumbarme; yo, que había pasado por muchos peligros en mi larga vida, que había pasado un mes sobre el lomo de Hafgufa y había vivido para contarlo, iba a sucumbir a manos de una mujer que no era por completo humana. Lo peor de todo era que había fallado; no sólo no cumpliría mi misión sino que ya no lograría mi recompensa. Malditos todos.

La mujer se acercó hasta que su fría nariz rozó la mía, sujetó mi cabeza con fuerza. Sus ojos se clavaron en los míos, encandilándome con su brillo violeta. Me obligó a prestarle atención de nuevo. Intenté resistir otra vez, pero sólo me ocasionó un espantoso dolor de cabeza. Si me quedaba quieto, mi mente se relajaba y mi voluntad también.

—¿Cuál es vuestro nombre? —preguntó con voz firme, hipnótica.

Por tercera vez lo intenté, me esforcé en inventar un nombre que la distrajera. Pero esa luz era como un taladro que abría mi cabeza más y más. Dolía como la mierda.

—Vuestro nombre.

Mi voluntad se doblegó.

—Me llamo Elrik Alfson, hijo de Alf Sonnarson, jefe del clan Haukdaelir...

—Dime por qué estáis en mis tierras. —interrumpió con frialdad.

Como si fueran mis entrañas las que estuviera arrancando, la verdad salió de mi boca y le conté todo. Absolutamente todo. Qué era con exactitud lo que estaba buscando en esas tierras. Cuando terminé, me sentía más débil aún. Ni siquiera podía sostener la cabeza en alto.


—Maravilloso. Habéis sido de gran utilidad. Adoro cuando me caen estos regalos del cielo.

Y se fue, sin haberme soltado y dejando la suculenta pata fuera de mi alcance. Condenada bruja.

Fue entonces que noté una persona a mi lado, juraría por la jugosa pata que unos minutos antes no había estado allí. Era un hombre viejo, con larga barba blanca y vestido con una túnica azul que le llegaba a los pies. Puso una mano sobre mi hombro en un gesto que podía ser tanto amistoso como amenazador. Pero con ese contacto sentí algo más, una fuerza que tampoco era de este mundo. Habló con pesar.

—Últimamente estamos recibiendo visitas muy extrañas. Desde que encontró esa cosa está obsesionada y no sé qué le habéis dicho, pero creo que ha sido de su agrado. No os confiéis de eso, tampoco.

—¿Quién eres o... qué eres? —Le pregunté, pero bien podía haberme dicho que era Odín disfrazado que los gruñidos de mi estómago hambriento habrían tapado su respuesta.

—Podría haceros la misma pregunta, extranjero, pero veo que estáis demasiado débil. Os daré de comer y luego os marcharéis. Ya bastante os han maltratado y no queremos más problemas.

Golpeó las manos y una joven con aspecto asustadizo se acercó con una gran bandeja en la que podía ver la bendita pata y papas y verduras y otras delicias.

—Ahora comed, poneos fuerte e iros lo más lejos que podáis, la señora no tendrá piedad con vuestra vida la próxima vez que os vea.

La susodicha señora y sus pechos huidizos me importaban un bledo a esa altura. Sí me había despertado curiosidad el medallón. Pensé en preguntar por él a ese extraño viejo luego e recuperar mis fuerzas. Yo deglutía la comida apenas prestando atención a sus palabras. Lo único que me importaba era el plato y la copa de vino delante de mí. El viejo seguía hablando, sirviéndome más vino y haciendo preguntas sobre mí, sobre mi gente. Le di respuestas vagas.Sus ojos parecían desentrañar lo que ocultaba pero no de la manera brutal que había empleado aquella mujer despiadada. Estaba seguro de que el viejo era alguien como yo: en parte humano. Quizás ni siquiera lo era.

Una vez que terminé el suculento festín un sueño muy pesado se apoderó de mí y mi cabeza se echó hacia atrás de forma tan violenta que pensé que me, lo atribuí a que había comido por demás.. El viejo tomó mi codo y me obligó a levantar. Me resistí un poco, necesitaba dormir. Él no lo permitió.

—Habéis comido y bebido, ya es hora de iros. Como os he dicho, a la señora no le gustan los intrusos, en especial la gente como tú. Os va a arrojar al calabozo pero estáis en un estado tan lamentable que no duraríais ni una semana. Lo mejor será que os vayáis de aquí y os olvidéis de este lugar.

—Pero, ¿no serás castigado por dejarme libre?

—Oh, no os preocupéis, no puede estar enojada conmigo por mucho tiempo.

—No puedo irme. Ella tiene lo que he venido a buscar.

—Será mejor que lo olvidéis.

Lo miré extrañado, mi mente se estaba nublando y me di cuenta de que no sabía el nombre de ese castillo ni el de mi extraño anfitrión. ¿Recordaba el mío? Si, Elrik, pero el lugar que me rodeada se desdibujaba a mi alrededor. Comencé a sospechar que el muy maldito me había drogado. Me ayudó a salir al patio, noté que ya no cojeaba, ni sentía dolor en mi pierna. Una sensación de vértigo me invadió, mi mente parecía estar borrando imágenes a toda velocidad. El viejo habló y yo lo escuchaba como si estuviera a millas de distancia:

—Daos prisa e iros antes de que me arrepienta. Oh, y llevaos con vos a vuestro amiguito. Ha estado dando vueltas muy insistente y no pudimos alejarlo. Temo por su vida también.

Ahí estaba esa ave infernal, revoloteando sobre mi cabeza como un buitre hambriento. Me pregunté qué imagen le estaría llegando desde mi mente: una nebulosa de colores. No había nada más. De hecho, lo último que recordaba era que unos asaltantes me habían hecho un corte en la pierna. Y al rato también los olvidé. Huguin se posó sobre mi hombro, permaneció quieto unos minutos y luego alzó vuelo. Desapareció entre las nubes y ya no lo volví a ver.

Cuando crucé el foso, caminé con prisa sin mirar atrás. Decidí cambiar el rumbo hacia el este y rogaba encontrar enseguida algún poblado cerca. No pasó mucho tiempo antes de toparme con uno.

Hacía mucho frío ese día, estaba cansado del clima de los mil demonios, pero me sentía fuerte y al menos no llovía cuando divisé un asentamiento. No era con exactitud lo que esperaba, de hecho era algo que hacía mucho no veía. Una feria. De esas ferias ambulantes, con circo, magos y gente rara.... muy rara. No me animé a meterme entre ellos de modo que di un rodeo entre una pequeña arboleda. Fue entonces que escuché un llanto, apenas perceptible, como si quisieran contenerlo pero no lo pudieran detener. Se percibía claramente por sobre otro sonido, seco y repetitivo. Intrigado, me acerqué. Estaba casi de espaldas a mí. Era un niño, flaco y rubio, que sostenía un arco casi más grande que él y lanzaba flechas contra un tronco. Sorbía con ruido por la nariz y por sus mejillas caían lágrimas. A pesar de sus ojos empañados y de que sus hombros se sacudían levemente, el chico no erraba ni una flecha en el blanco. Admiré semejante habilidad. Debí haber hecho un sonido del que ni yo me percaté, porque con un movimiento veloz giró hacia mí y disparó. Una flecha se clavó al lado de mi oreja. ¡Habráse visto semejante desfachatez! Habilidoso o no, ese mocoso iba a probar mi mano cuando lo tomara de sus... puntiagudas orejas.

—¿Por qué te acercas a mí por detrás como un lobo cazando? ¿Qué quieres?

No dejó de apuntarme mientras hablaba, sus ojos seguían empañados pero ya no caían lágrimas. Había visto su puntería y tenerlo tan cerca no me tranquilizaba en absoluto.

—Oye niño, no era mi intención asustarte, puedes bajar eso, no te haré daño. —Esperé a que apartara esa punta de mi cabeza—. No debes atacar a la gente sin preguntar antes; sin observar, al menos.

—Entonces no me aceches como un ladrón.

Los niños son todos iguales, no importa su raza.

—Eres de la feria ¿verdad? Puedes llevarme con alguien que esté a cargo? ¿Tus padres, quizás?

¿Acaso los padres de este chico eran elfos? Los únicos elfos que conocía, cerca de mis tierras, eran muy diferentes a él. Ya no recordaba a aquel elfo desgraciado con quien me había topado días atrás.

—Mi padre es el director, ven conmigo, pero no intentes hacerme nada porque te dispararé.

—Jamás lo dudaría.

Finalmente entramos en la feria.

Era un lugar colorido, lleno de alegría y magia. Magia real. Ocupaba un terreno bastante amplio rodeado de carromatos y cabañas. En el centro estaban los puestos de juegos, comidas al paso, vendedores ambulantes, gente y niños que todo lo querían ver y tocar. Si no hubiera tenido yo un ojo entrenado, sus integrantes habrían pasado por artistas disfrazados. Pero yo sabía que aquellas alas con las que esa mujer con galera y antiparras que daba vueltas en el aire, adornadas con engranajes y estructuras metálicas, eran verdaderas. Que ese hombre alto, con rostro verde y ojos enormes, dedos más largos de lo normal, que hacía extraños trucos a niños sorprendidos, no estaba disfrazado. Miré a mi alrededor extrañado y embelesado a la vez.

¿Qué era ese lugar?

El chico corrió hacia el hombre y se apretó contra él, quien se agachó para escucharlo y mientras le hablaba, me lanzaba algunas miradas suspicaces. Le dio una palmada al chico, que se alejó corriendo al encuentro de otros muchachos. Lo miró hasta que se perdió de vista, luego se acercó a donde yo estaba.

Si era el padre, no era un elfo. Pero era el hombre más atractivo que había visto, y yo tuve hombres y mujeres en mi cama que podían competir en belleza con el mismo Baldr. Sin embargo éste tenía algo, quizás su aspecto descuidado o el aire de seguridad que da ser el líder de un grupo de gente. Estiró la mano y se la estreché.

—Bienvenido a Circus Limbo. —Dijo, su voz era grave, cautelosa y escondía una cierta tristeza.

Me pregunté si estaría relacionada con el llanto de ese pequeño.

—Mi nombre es Mark y soy quien lleva adelante a esta pequeña comunidad. Perdona a mi hijo Finrod, es desconfiado y no le falta razón, últimamente las cosas no están muy tranquilas por los alrededores.

—¿Bandoleros?

Dudó antes de responderme y me estudió por unos segundos con unos profundos ojos grises.

—Algo así. —respondió escuetamente. —No eres de por aquí, ¿verdad? La gente del poblado cercano suele venir seguido y no recuerdo haberte visto antes.

—No, de hecho vengo de lejos. En verdad estoy perdido. Creo que estuve en el castillo, cruzando el bosque. Algo debe haber pasado, porque me echaron a patadas.

—¿Has estado en el castillo?

Me miró entrecerrando los ojos, pero no dijo nada más.

—Estoy seguro de que sí, estaba buscando algo, me asaltaron, me hirieron, tenía hambre. Llegué al castillo y me dieron de comer. Al rato estaba fuera del castillo. Fin de la historia

—¿Pero no recuerdas nada más?

—Sí, me llamo Elrik, mi padre era Alf Sonnarson, un gran vikingo, el jefe más poderoso y respetado del clan...

—No me refería a eso, sino a cómo llegaste aquí o si viste algo extraño en ese castillo.

—¿Algo extraño? Hmm... no, no. Sé que vine a buscar algo... ¿qué era? ¿Buscaba un pájaro? ¿O tenía un pájaro de mascota? ¿No estaba conmigo cuando llegué a este lugar?

Me sentía tan confundido.

—Te han pegado fuerte en la cabeza, ¿eh? No se me ocurre otra cosa para tu pérdida de memoria. Pierde cuidado, la recuperarás con el tiempo. Puedes quedarte aquí todo lo que quieras. Te encontraremos un trabajo, siempre hay cosas que hacer en el circo, y la feria recibe muchos visitantes.

—No diré ni una palabra sobre la gente que vive aquí. Yo tampoco pertenezco por completo a este mundo. —Fue muy tranquilizador poder hablar con tanta confianza—. Te estoy muy agradecido.

—Aquí nos ayudamos los unos a los otros. Para la mayoría este es su único hogar pues no tienen ninguno a ambos lados de los portales. Puedes considerarlo tu hogar también, Elrik.

Y me quedé.

Los meses pasaron y fui feliz. Aprendí sobre los portales, sobre el manejo del circo y en especial, aprendí sobre su gente; sus características propias, cómo protegerlos. Me convertí en la mano derecha de Mark Owens. Conocí a muchos de los que llegaban a este mundo, dejando el suyo atrás por diversos motivos. El principal: porque no eran aceptados. Entendí que ser parte humano no está bien visto del otro lado de algunos portales y ser parte mágico no está bien visto del lado humano. Pobres criaturas descastadas.

El invierno dejó paso a la primavera, luego al verano y para esos tiempos no sólo había olvidado por completo la misión sino que tampoco me importaban las razones que me obligaron a aceptarla. Pero nunca me abandonó la sensación de algo perdido. Huguin jamás regresó.

Una noche de otoño, fresca pero apacible, Mark y yo estábamos sentados en la puerta de mi cabaña fumando pipa y conversando, uno de mis momentos favoritos y creo que para él también. Compartir nuestras experiencias con los otros mundos y nuestros puntos de vista, a veces diferentes, a veces parecidos, enriquecían y reforzaban nuestra amistad. Esa noche la conversación giró a temas más personales.

Mark me habló de Seldre, de cómo la había conocido una noche de primavera, cuando la región estaba pasando por una de las peores hambrunas de la historia. Ella y su gente los salvaron de una muerte terrible. Me habló del padre, un rey elfo muy poderoso, y de su hijo Finrod. De cómo, sin entenderlo quedaron separados de ella para siempre, hacía un año ya. Mi corazón se encogía al escucharlo hablar de la mujer que amaba, podía notar su pesar, cuánto la extrañaba; y a la vez, yo sentía una gran culpa por alegrarme de que ella no estuviera. Lamentaba su sufrimiento por supuesto y a pesar de saber que nunca me amaría de la forma que yo deseaba, sabía que nos unía un fuerte lazo de amistad. Deseaba que algún día pudiera ser algo más.

Esos meses que pasé en el circo me hicieron olvidar la desazón de estar envejeciendo, algo que nadie parecía notar, excepto yo. Mark me decía que no me quejara, que me veía bien para los casi mil años que ya tenía, pero yo sabía que no era así y sufría. No sólo por mí, sino porque me daba cuenta que muchos de los que conocía, decaerían y desaparecerían antes que yo. En ese momento no sabía cuántos lo harían antes de su tiempo.

Estaba amaneciendo y un gallo cantó en alguna parte. Al canto le siguieron gritos. Un grupo de personas armadas había irrumpido en la feria cuando todo el mundo estaba recién despertando y a las pobres almas que habían salido a comenzar sus labores los tomaron desprevenidos. Los primeros cayeron bajo los disparos de sus pistolas, otros pudieron dar la alarma, heridos. Cuando pudimos hacerles frente, ya habían destrozado dos carromatos e intentaban apuñalar a lo que se cruzaban en su camino. Pero ya nos estábamos defendiendo. Corrí, gritando, organizando los grupos y blandiendo el hacha que Mark me había forjado. Los que podían volar, arrojaban piedras a sus cabezas. Otros con su magia, ocultaban a los niños en una nube de sombra. Vi a Finrod abrazar un árbol y luego venir corriendo hacia mí. Luchar me excitaba, hacía tiempo que no estaba al frente de un ejército, no porque este lo fuera ni de cerca, sino porque estaba defendiendo mi hogar. Mark y yo luchábamos codo a codo. El pequeño elfo disparaba sus flechas con una velocidad sorprendente, ciego de furia. Tuve que refrenarlo para que nos los matara a todos, teníamos que dejarlos vivos para interrogarlos. Vencimos y fue entonces cuando descubrí que eran humanos. Y aprendí que el odio era algo con lo que tendríamos que convivir pero que nunca superaría el amor que había entre esos seres diferentes que se habían unido para llevar un vida en paz. Una mujer silenciosa, cuyo rostro llevaba oculto tras un velo negro, obligó a los atacantes a beber un líquido viscoso. No sólo nunca volvieron a hablar, sino tampoco a tener un solo pensamiento coherente. Allá ellos.

Un día, Mark me contó acerca del castillo y una luz se encendió en algún rincón de mi cerebro. Le hice muchas preguntas.

—Es como una leyenda. Vive gente mágica, no como la gente de aquí, me refiero a que no están mezclados, son una especie de comunidad de raza pura que vive de este lado del mundo. Rara vez cruzan el bosque para venir. Son Fae. Les gusta mantenerse ocultos, que nadie los perturbe. Así que ellos no nos molestan, ni nosotros a ellos. Odian a los intrusos. Además hace años que no los vemos por aquí. Creo que la última vez que me topé con alguno fue en el mismo bosque una tarde que iba a encontrarme con Seldre. Finrod era pequeño, recién había aprendido a caminar. Y lo recuerdo bien porque él me los señaló. Eran dos caballeros con armaduras verdes. Un trabajo exquisito, que las hacía bellas pero no por eso menos amenazantes. Las manos que las habían forjado sin duda eran muy habilidosas. Nunca más los volví a ver.

Mi cabeza daba vueltas. Imágenes sin sentido se sucedían sin ningún orden ni lógica.

—¿Te pasa algo, Elrik?

—Mark, sé que te sonará extraño pero debo ir a ese castillo. Algo en mis tripas me dice que tiene que ver con mi pérdida de memoria.

—No es cerca, nos llevará casi un día llegar a caballo. Hay que atravesar el bosque, por la senda que lleva a los restos del antiguo templo.

Sabía que sería difícil para él volver a ese bosque y ver los árboles que le recordarían el portal que ya no existía. No pretendía que me acompañara, sólo que me indicara el camino. Pero Mark accedió y allí fuimos.

Llegamos al día siguiente. Vi el muro y mi corazón se aceleró, sabía que allí encontraría la respuesta, que hallaría lo que buscaba. Que recordaría.

Cuando estuvimos a poca distancia de la muralla, galopé hasta encontrar la entrada. La atravesé esperanzado.

Sólo había ruinas. Como si lo hubieran abandonado hacía mil años y nunca nadie hubiera vuelto a pisar ese lugar. Era Diciembre de 1890 y yo seguía sin recordar nada.

Hasta hoy, cuando vi ese medallón en manos de esa joven ladrona. El mismo que llevaba colgado al cuello Morgan Le Fay cuando me atraparon en su castillo. Pero mi misión no era encontrar el medallón sino la piedra engarzada en él: Andadrattur. El aliento de la serpiente.

La Llave.

2 comentarios:

  1. Buenísimo el prólogo!!!. Por supuesto no puedo esperar a leer el resto del libro, ojalá que sea antes de fin de año :D

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