martes, 8 de enero de 2019

Libro 2 - Prólogo

                                            
                                      Prólogo


El sonido de pasos retumbaba a lo largo del Gran Hall. Hacía eco en las paredes y en el techo anticipando la llegada de un visitante. Contra un gran ventanal donde podía verse el Bifrost, una mujer con la armadura dorada de las valkirias hablaba con un hombre corpulento de cabellos claros y aspecto desaliñado. Detuvieron su conversación para mirar en dirección al sonido. Por la velocidad de las zancadas y el seco golpe que daban los tacones contra el suelo, percibían que quien se aproximaba estaba furioso.De las sombras emergió una mujer alta, envuelta en una niebla negra que se hizo hacia atrás para perderse en la oscuridad de los pasillos. Llevaba puesta una capa negra como la noche. La capucha cubría la mitad de su rostro; la otra mitad mostraba un rostro femenino, altivo y hermoso. Ellos sabían quién era y se sorprendieron al verla fuera de sus tierras. La visitante alzó la mano y habló. La voz profunda y casi irreal no parecía salir de su boca sino de algún lugar más recóndito.
—¿Tu padre dónde está, Sveinhildr?
No saludó. Sólo esperó, impertérrita, la respuesta. Así era Hela, la señora del inframundo. Oscuridad y luz, lozanía y decrepitud.
Y no estaba de buen humor.
Sveinhildr, la capitana de las valkyrias no se inmutó e hizo un gesto con la cabeza en dirección al gran Hall hacia la figura que se aproximaba. Caminando tranquilamente, como si estuviera meditando sobre algún tema de suma importancia, caminaba hacia ellos el señor de los Nueve Reinos: Odín.
—Es todo tuyo.
Se hicieron a un lado, a la espera del enfrentamiento que suponían se avecinaba. Nadie habló por unos tensos segundos. Entonces Hela levantó el brazo. Sostenía en su puño cerrado algo que resplandecía entre sus dedos, arrojando luces y sombras que convertían sus facciones en una máscara siniestra. Elevó la mano hasta que casí tocó la nariz del viejo y abrió la palma, entonces pudieron ver lo que llevaba. Era una piedra irregular del tamaño de un huevo, dentro de ella parecía contener algo vivo que se retorcía como una serpiente en el agua. Su voz se elevó y el aire vibró con violencia.
—¡Harta estoy! Harta estoy de estar pendiente de este objeto. Siglos y siglos igual. Sólo porque a ti se te ocurre condenar a mi hermana a comerse su propia cola. Harta de tus caprichos estoy y de que en lo que prometiste que no ibas a entrometerte, es decir, en mi reino, te entrometieras. He venido a devolvértelo y que tú te hagas cargo. O liberes a mi hermana.
El rostro de Odín se tornaba más rubicundo; nunca le había resultado fácil dominar el temperamento, de modo que los dos testigos involuntarios aguardaron su explosión.
—¡Silencio! No te atrevas a desafiar mis decisiones. Eres sensata y por eso te permito gobernar tu reino a tu antojo. Pero a pesar de tus miles de años a veces te comportas como una niña malcriada. Eso es culpa de tu padre. ¿Debo recordarte que esa piedra es TU responsabilidad? Fallaste en tu tarea y debes hacerte cargo. Tu hermana te dio la ayuda suficiente y ella, ahora, tiene otras culpas que expiar.
—Mi hermana dominar la piedra podía, mejor que yo. Ni siquiera sé cada cuanto tiempo tengo que visitar el recinto. Verificar sus paredes a cada instante debo, cuando el momento se acerca, cuando los colores danzan. ¿Pero cuándo es eso? Nadie lo sabe. A sellar sus muros justo a tiempo llegué esta vez y a hacerlo de nuevo, me niego. Y a mi padre no metas. Si más benevolente con él fueras, muchas desgracias se habrían evitado.
—Hasta que Jormundgang cumpla su condena, seguirás con esa tarea y no se habla más del asunto.
—¡Pues no la quiero!
Y ante los ojos atónitos de los presentes, arrojó la piedra por el gran ventanal. Todos quedaron estupefactos unos segundos, sin atinar a hacer nada. La piedra verde voló por los aires lanzando destellos para luego descender y perderse para siempre entre la nubes.
—¡Qué has hecho! ¡Retiro lo de sensata! —aulló Odín.
De su hombro tomó vuelo un gran cuervo negro que atravesó la ventana, lanzándose tras el objeto. Los cuatro permanecieron en silencio, a la expectativa de su regreso con esa cosa que parecía tan importante. Volvió a los pocos minutos con el pico vacío y se posó en el hombro del viejo. Frotó su cabeza emplumada contra la de su amo.
—Dime Huguin —dijo cariñosamente. Sólo a sus cuervos los trataba así.
El ave continuó frotando su cabeza contra la de él. Negro azabache y blanco níveo.
—De modo que cayó en Midgard y exactamente en Britannia, —repetía el mensaje. Entrecerró los ojos y luego los abrió sorprendido—. Oh, ya veo. Pudo haber caído en la tierra de los Dumnoni, eso por lo menos acotará la búsqueda. Sólo tendremos que ver a quién enviaremos... y que cumpla su tarea con rapidez. Alguien que pudiera tener un gran interés es cumplirla sin demora. No queremos que la llave caiga en manos indebidas, ¿verdad? Miró de soslayo al hombre de cabellos claros y aspecto desaliñado y una sonrisa burlona cruzó su rostro. La valkyria se interpuso entre ellos.
—Hace más de mil años que Britannia ya no lleva ese nombre, padre, deberías bajar a Midgard más seguido. ¿Por qué no la buscas tú?
Odín la miró lanzando rayos por su único ojo pero era su hija preferida por lo que su enojo nunca le duraba mucho y ella lo sabía.
—No pretenderás que un anciano tuerto busque una aguja en un pajar. Llamaré a mis mejores guerreros, pondré una gran recompensa.
—Yo iré.
El silencio, en esta ocasión fue más incomodo que antes. Sveihildr echó una mirada furiosa a su propio padre, algo que pocos se animaban a hacer.
—Bien, bien, sabía que te ofrecerías. Puedes empezar cuanto antes. No me falles esta vez.
Dio media vuelta y se fue sin dar más detalles.
Hela se volvió hacia el hombre. La mitad de su rostro, la que la capucha no ocultaba, mostraba preocupación. Si era por él o porque estaba arrepentida de su propio exabrupto, nadie podía saberlo. Esa piedra era realmente importante. Se acercó unos pasos y me corrió un escalofrío por la espina.
—Encontrarla debes, como sea, tienes suficiente tiempo hasta que los muros se desvanezcan. Cuanto antes la traigas, mejor será, pues si alguien su uso descubre, perdidos estaremos y perdida Midgard será.
—Ven conmigo, así la hallaremos más rápido.
Hela rió, y puso sobre su hombro la otra mano, la que generalmente ocultaba. Un frío traspasó la piel y llegó hasta sus huesos.
—No puedo. Debes saber, sin embargo, que de esa piedra depende la seguridad de nuestros mundos, con suerte ciento cincuenta años tienes, con poca suerte, ochenta. Esto es impredecible y si no la tengo para cuando el muro se empiece a desvanecer de nuevo, en problemas todos estaremos, en especial Midgard.
Como si Midgard les importara demasiado.
Estaban solos, Sveihildr había seguido a Odín intentando convencerlo de que era una misión imposible. Pero el hombre ya había tomado su decisión. Estaba dispuesto a traerla de vuelta y ganar su recompensa. Cuando la valkyria regresó continuaba muy enfadada.
Hela volvió a hablar, su voz sonaba intrigada.
—Britannia... a Inglaterra se refiere, lo sé pero, ¿dónde se supone que están los Dumnonii? ¿Qué son?
La mirada del hombre se perdió en algún punto lejano por debajo de Asgard, no se volteó cuando respondió.
—Los Dummonni eran una tribu del sur, hace siglos que ya no existen pero el lugar perdura, sólo que con otro nombre: Cornualles.

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