Cazadores y presas
Abril 2015
La silueta se deslizaba
silenciosamente a lo largo de la pared. La penumbra la protegía y era apenas
una tenue sombra deslizándose sigilosamente entre las muchas sombras a lo largo
del salón. Los movimientos eran sutiles, suaves, sabía cómo desplazarse para
que las cámaras no la captaran y aun si lo hubieran hecho, sólo habría parecido
como un defecto de la filmación. Esa ventaja, poder moverse sin ser notada, ni
escuchada, siempre la aprovechaba Evangeline para sus fines, a veces propios, a
veces ajenos. Ventaja que le valió ser una de las personas más buscadas, sin
éxito, por la Interpol, el FBI, Scotland Yard y todas las agencias de policía
de los países en donde logró su cometido. A esto le ayudaba el hecho de
trabajar sola sin que nadie más la estorbara. Desde hacía un tiempo sus
servicios eran requeridos con frecuencia, demasiada para lo que podía abarcar a
veces, generalmente por algún magnate codicioso e igual de inescrupuloso que
operaba a través de terceros y que ella nunca conocería. En esta ocasión, sin
embargo, había algo diferente. Hubiera parecido un encargo como cualquier otro,
pero el enviado que la había ido a ver con la «misión» no encajaba con el
perfil de los mensajeros que solían transmitirle los pedidos. Éste era
demasiado pulcro, demasiado rígido, como un soldado. Bueno, si los excéntricos
ricachones le enviaban a sus guardaespaldas no era su problema. Así y todo no
le cerraba, pero el dinero era bueno y donde había buena paga, ahí estaba ella.
Se encontró pensando que si las
ofertas aumentaban debería considerar buscarse un representante. Un
representante de ladrones de guante blanco, eso sí. No iba a ser fácil de
encontrar. Se sonrió a sí misma por la pequeña broma, pero enseguida sus labios
volvieron a tensarse. Había llegado a la vitrina y era el momento de ponerse en
acción.