¡Hola!
Odín,
el gran dios de la sabiduría, la guerra, la muerte y el engaño, rio. No era un
sonido alegre sino ominoso, cargado de sordidez. Su único ojo, al contrario, no
sonreía. Y aunque su aspecto era el de un viejo tuerto y desaliñado, la imagen completa
era aterradora.
La
piel de Cordelia no se erizaba, pero de todas maneras un escalofrío la
recorrió. Su cabello y sus ojos eran grises como el mar anticipando la
tormenta. En general cada visita del dios era así. No le gustaba ver a su padre
adoptivo perturbado, pero nada podía hacer al respecto más que salir cuanto
antes del lugar, su presencia empeoraba la situación. Entonces vio a su padre
leer un mensaje en su móvil con expresión preocupada.
—Podría
decirte a qué vengo, pero tú deberías saberlo, ¿o no? —Respondió el dios con un
falso tono intrigado.
—Tus
misterios me tienen sin cuidado. Tengo cosas que hacer, no me disculpes.
Elrik
salió del despacho dando un portazo.
Cordelia
tomó rápido las carpetas y se dispuso a seguirlo.
—Oye,
niña. Quiero hablar contigo.
Era
un orden, no un pedido cordial y la pobre muchacha no tuvo más remedio que
obedecer. Sus cabellos, sin embargo, no estaban de acuerdo pues comenzaron a
ondular alrededor de su cabeza con una tonalidad marrón, como un mar revuelto.
—Él
nunca te ha hablado de tus padres, ¿verdad?
La
chica lo miró son suspicacia.
—Me
encontró en una playa, sola.
—No
me has respondido.
—No,
nunca me dijo nada. Intentó averiguarlo pero no los halló.
—¿Y
nunca te has preguntado quiénes son? ¿0 qué fue de ellos?
Silencio.
Pues
claro que esa pregunta jamás abandonaba su cabeza.
—Yo
puedo encontrarlos. Si haces algo por mí.
Cordelia
sabía que debía salir de inmediato antes de seguir escuchando, pero su
curiosidad fue más fuerte. Odín prosiguió.
—A
este lugar ha llegado un tesoro muy valioso. Una piedra con un gran poder. La
necesito, la he buscado por mucho tiempo. Estoy seguro de que Elrik la pondrá
bajo el cuidado de su patética institución. Y tú eres la más cercana a él. Si
la consigues para mí, te diré quiénes son tus padres.
—¿Por
qué confiaría en usted? ¿Cree que traicionaría a la persona que posiblemente
haya salvado mi vida, la que me crió y me trató como a su hija?
—La
que no te ha dicho toda la verdad. —El avejentado rostro se acercó a ella—. No tienes
razones para confiar en mí, pero tú decides. Es tu vida después de todo, tu
historia. Piénsalo y si decides hacerlo, no te arrepentirás. Y cuando la tengas,
llámame.
Diciendo
eso puso en sus manos una pequeña flor blanca que brillaba con un suave
resplandor.
—Murmura
en sus pétalos tres veces mi antiguo nombre y acudiré.
Sin
más palabras, abandonó el despacho con los cuervos en sus hombros. Cordelia
sostuvo unos instantes en su palma la delicada flor, observando con fascinación
los destellos iridiscentes. La guardó en el bolsillo. Cerró los ojos y suspiró,
toda su vida había querido saber sobre sus padres y esta podía ser su
oportunidad, pero el precio por esa información era demasiado alto.
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