miércoles, 7 de diciembre de 2016

Mi cuento premiado

¡Hola a todos!
Hace bastante que no actualizaba. 
De hecho estoy preparando una reseña que espero terminar pronto y mis nuevas secciones de las que voy a hablarles pronto también. 
Asi que mientras esperan, les voy a compartir mi cuento que fue premiado con una mención en el concurso literario de Disco y publicado en el libro "Hagamos del mundo la mejor historia" en el 2009, con otros cuentos de temática ecológica, como era la consigna. Hay cuentos muy lindos en ese libro, tnato para chicos como para grandes.
En el mío hablo del mar y de lo que ocurre con la fauna cuando el ser humano lo ensucia.
El estilo es totalmente diferente a lo que suelo escribir, dado que es para niños. Espero que lo disfruten igual.
Los derechos ya no me pertenecen sino a JumboRetail, pero bueno, no creo que despues de tanto tiempo se les ocurra mirar mi blog, je, je.

Está dedicado a mi hermano Martín, que le encanta surfear y a la hermosa ciudad donde me crie: Mar del Plata.

Lo pueden leer aquí:
El collar de los lobos


Lo que más le gustaba a Alex era cuando el viento le daba en la cara y podía oler la arena y el mar.  Y el sonido de las olas rompiendo en la orilla, una y otra vez.
A algunos eso les daba somnolencia, pero para él, cuando se paraba con su tabla frente a la orilla, era la canción que lo invitaba a ser parte del océano.
Sin embargo, ese día no había empezado del todo bien.
Luego de ir a la escuela de surf toda la primavera con su mejor amigo, Fede, por primera vez iban a ir los dos a surfear a una playa donde iban los más experimentados y las olas hacían buenos tubos. Tal lugar era la playa Redondo al sur de la ciudad. Pero a los 12 años,  sus padres no los dejaban ir solos, por lo cual habían planificado ese día con mucha anticipación, para que el padre de Fede  pudiera llevarlos.
Pero como a veces las desgracias ocurren a último momento,  su amigo se quebró la tibia jugando al fútbol y ya no pudo ir, por lo cual Alex tuvo que conformarse con que sus padres lo llevaran a otra playa más cercana, llamada "Biología", y aunque allí se podían correr buenas olas, siempre se llenaba de surfers que practicaban para los campeonatos y había que bracear mucho para alcanzar alguna. Y él, como pez  nuevo en un acuario, no tenía muchas posibilidades de agarrar las buenas.
Estaba el otro tema también, faltaba poco para el verano y aun así, la playa y el mar ya estaban llenos de gente. Para complicar las cosas, el viento en su cara no sólo le traía el aroma del agua salada y la arena, sino otros olores no tan agradables.  El mar estaba algo revuelto y el viento del sur lo hacía parecer una sopa marrón que se estaba pudriendo. O al menos eso se imaginaba Alex porque en el fondo estaba decepcionado.
Suspiró. Se ajustó la pita en el tobillo y sacudió de su mente toda mala onda. Levantó su tabla, alta como él pero liviana como un cartón. Entró al mar, el agua estaba siempre fría en esas  playas, pero no le importó. Cuando ya le llegaba al estómago, se subió a la tabla y se tumbó panza abajo para poder bracear. A medida que avanzaba, el oleaje lo elevaba y lo volvía a bajar, lo elevaba y lo volvía a bajar.
Algunos surfers lo saludaban, otros le gritaban que se corriera de su paso. Una bolsa de nylon se le pegó a su mano y se la sacudió con un poco de asco. Vio más basura flotando, colillas de cigarrillos por aquí y por allá, envoltorios de caramelos… ¡Y esto recién empezaba! Al terminar el verano el mar iba a ser un gran cubo de basura.
 Las olas se elevaban más a medida que avanzaba y al fin encontró lo que estaba buscando. Paredes perfectas de agua, de casi  dos metros. Vio a uno de los profesores de la escuela, agarrar una justo en ese momento. Las olas no llegaban a  hacer tubos pero las paredes duraban bastante. El profesor voló unos segundos por encima de la ola, haciendo un aerial increíble, luego se deslizó sobre la cresta, eso era un “flotador” perfecto y por último, parado en la punta de la tabla, en un largo y cómodo “hang-ten”, acompañó a la ola a morir en la orilla. ¡Qué dominio! Alex sonrió, pensando cuándo podría llegar a hacer eso. Con todo el ímpetu se dirigió a una masa de agua que se elevaba por delante de él, pero una botella de plástico subió de repente a su tabla, distrayéndolo. Otro surfer, sin siquiera mirarlo lo atropelló en su carrera por agarrar esa misma ola. Alex se cayó de la tabla y la ola que rompía lo envolvió en un remolino que lo arrastró hacia el fondo, y no lo dejaba volver a subir. Tampoco veía nada, porque el agua estaba muy turbia. Comenzaba a desesperarse, cuando su pie tocó algo sólido y se sintió impulsado hacia arriba. No pudo ver qué era, le pareció que era una piedra con musgo pero definitivamente lo habían lanzado. Sacó la cabeza fuera del agua y aspiró una gran bocanada de aire. ¡Uf! ¡Por poco!
Volvió a subirse a la tabla y miró para todos lados, cada uno estaba en lo suyo, nadie pareció percatarse de que casi se ahogaba y nadie parecía haberlo ayudado. Todos esos pensamientos se le borraron de su mente cuando vio que se le acercaba otra ola, y de las buenas. Braceó tan rápido como le dieron los brazos y se ubicó en posición, es decir de espaldas a ella. Ya se estaba deslizando, o más propiamente hablando, haciendo un take off.
¡Uaauuuu! gritaba Alex emocionadísimo y se arrodilló para comenzar a pararse. Aún no se animaba a hacerlo, cuando vio por el rabillo del ojo, una mancha oscura en el agua, muy cerca de él, que se iba acercando pero no terminaba de definirse. Parecía su propia sombra que se había desprendido y surfeaba con el. ¡Ahora ya no estaba! Buscó por todos lados pero la sombra se había ido y la ola también. Quizás sólo era más basura.
Le dio un poco de miedo pensar que podría haber sido un tiburón, pero sabía que los tiburones en agua frías son muy pero muy raros de ver. Eso le habían explicado en la escuela y además que los tiburones no suelen atacar a la gente, al contrario, ellos se encargan de limpiar el mar. Pero esta explicación no lo tranquilizaba en absoluto. Y tampoco quería alarmar a los demás si no estaba seguro, entonces sí que nunca más podría volver a esa playa, si resultaba que no había un tiburón.
Sin desalentarse, esperó por otra ola, hasta que apareció. ¡Era mejor que la anterior! Se apuró para agarrarla y tuvo suerte por segunda vez. Era muy alta y hasta consiguió ponerse de pie. Cautelosamente miró a su alrededor y ahí estaba, la sombra, siguiéndolo en su carrera. Era muy rápida. La vio desaparecer por debajo de su tabla, para reaparecer del otro lado justo en la misma dirección en que estaba corriendo la ola. La sombra se hizo cada vez más nítida… más grande… y una cabeza peluda de color marrón oscuro se asomó justo a su lado. ¡AHHHH! Alex  prácticamente voló de la tabla y cayó al agua haciendo un gran ruido. Escuchaba las risas de los demás a lo lejos. Flotando con su tabla cerca, miró a su alrededor y entonces sintió un aliento cálido en su nuca. Chapoteó desesperado para alejarse pero, venciendo el miedo, se dio la vuelta...y ahí estaba, un lobito de mar que lo miraba fijamente y hasta parecía que le sonreía.
Alex se rió también, sintiéndose un tonto por sus miedos.
-¡Hola! ¿Así que vos me estuviste persiguiendo?
-¡AU AU! contestaba el lobito, como si le entendiera (todos sabemos que los lobos de mar son muy inteligentes)
-¿Y vos me salvaste, antes, cuando la ola me revolcó?
-¡AU AU! - esta vez lo acompañó con una voltereta digna de un show
-¡Bueno gracias!
Desde ese día surfearon siempre juntos. Alex parado en la tabla y el lobito de panza, como una tabla más pero sin el surfer arriba. A veces hacia piruetas y los demás dejaban pasar olas para mirarlos.
Una tarde, Alex descansaba recostado en la tabla y el lobito iba y venia, saludando a la gente. Al final se acercó a Alex y flotó un rato al  lado de él. Ya era como un amigo más. Alex estiró una mano para tocarle la panza y luego la acercó al cuello como si fuera un perrito.
El lobito dejaba que lo acariciara pero era tan inquieto que no iba a aguantar mucho más. Entonces Alex tocó algo, que no era la piel húmeda y lisa de lobito. Era un aro plástico, blanco, que le rodeaba el cuello. Apenas le ajustaba y era imposible imaginar cómo había pasado la cabeza por ahí.
-¿Qué es esto lobito? ¿Un collar?...¿Usan adornos ustedes, los lobos de mar? - la pregunta sonaba tonta, pero de los animales uno puede esperar las cosas más inverosímiles, como el caso de la nutria de mar, por ejemplo, que siempre lleva consigo una piedrita para abrir los moluscos.
El lobito se zambulló, gruñendo y palmeando y se alejó. Ese día ya no volvió a verlo. Al día siguiente tampoco, ni al siguiente, ni  al que le siguió. Alex sentía que había perdido un amigo y realmente lo extrañaba. Habían pasado casi tres meses surfeando juntos y ahora sentía un vacío en su alma.
El verano ya casi terminaba.
¿Por qué se habría ido?
Ahora surfeaba menos y se quedaba más en la orilla, esperando ver aparecer la cabeza con los largos bigotes, entre gruñidos y saltos.
Pero pasaban los días y ni noticias del lobito.
Ya se había resignado a que no iba a volver. Una tarde, no había ido a Biología, sino que se había pasado al lado, a Playa Grande. El sol se estaba poniendo, y la luna se asomaba roja en el horizonte. Aún había claridad y Alex se quedó con su amigo Fede, tomando mate. Nunca había olvidado al lobito, pero pensaba que seguramente la naturaleza lo había llamado y debía volver con su manada. Esperaba que estuviera bien.
Ya habían guardado sus tablas y se disponían a partir cuando un revuelo de gente cerca de la orilla les llamó la atención. Estaban cerca de las piedras que formaban la escollera y unos niños gritaban con excitación. Se acercaron a ver qué pasaba y vieron a un joven envolver algo con su campera y  llevárselo. Al pasarles por al lado de ellos, les comentó:
-Un pingüino empetrolado, pobre, no se cómo habrá llegado hasta acá... ya mismo lo voy a llevar al Acuario, ¡allí sabrán qué hacer!, es terrible, el otro día murió un delfín porque se tragó una bolsa de nylon, confundiéndola con una medusa..., es muy malo que pasen estas cosas; yo lo lamento por el otro animalito,- e hizo un gesto hacia un bulto oscuro tirado en la arena- pobre bicho, creo que no sobrevivió. - y se alejó muy concentrado en que no se le cayera el oleoso pingüino. Se acercaron al otro grupo que rodeaba al animal inerte y Alex tardó unos segundos en darse cuenta de que era un lobo marino.
No parecía mucho más grande que su amigo el lobito pero le daba la espalda y con toda la gente rodeándolo no podía verlo bien. Se abrió paso y se arrodilló a su lado. "¿Sería el?" no sentía su respiración "que no sea él..." pensaba con mucha tristeza. Le acarició el pelo. Su piel estaba tibia, tocó su cuello y entre sus pliegues, notó el aro plástico que le apretaba la garganta, ya no se la rodeaba  como hace unos meses, ahora directamente lo estaba ahorcando.
-¡Tráiganme unas tijeras por favor o algo con qué cortar!- con que había sido eso. Alex no sabía que los lobitos cuando son pequeños juegan con las cosas que encuentran, hasta con la basura y si encuentran precintos o sunchos, pasan la cabeza a través de ellos y ahí se los dejan, como collares. Pero a medida que crecen, el precinto los va ahorcando hasta que mueren asfixiados.
Fede le alcanzó una navaja a Alex, que cortó rápidamente la tira plástica y se quedó como una estatua, esperando que algo pasara.
Un silencio invadió la playa, cortado sólo por el sonido de las olas golpeando las rocas y las gaviotas que, curiosas, revoloteaban por encima de sus cabezas.
Los segundos parecieron horas, hasta que el lobito respiró suavemente y abrió los ojos. Todos los que estaban, saltaban de alegría y gritaban y se abrazaban. Alex lloraba con Fede y abrazaron al lobito. Entre todos, porque su peso era considerable, lo llevaron hasta el acuario.
Desde entonces Alex pudo visitar a su amigo cada día y al cabo de un año, cuando se repuso del todo, volvieron a surfear juntos en la misma playa.
Eso sí, antes de correr las olas, juntaban toda la basura que veían flotando.    


Espero que les haya gustado. Y esta es la tapa del libro :)


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